jueves, 7 de marzo de 2013

Jóvenes Novelistas de nuestro Centro!

Celia Moreno Prieto             1º Bachillerato C
            Era una mañana agradable de finales de junio, no muy calurosa. Iban paseando por la playa lentamente, dándose la mano y mirándose mientras sonreían. No podían ser más felices, nunca antes lo habían sido tanto.
            Ella era una mujer delgada, frágil. Su piel era pálida y sus mejillas, sonrosadas. Sus ojos eran verdes y atractivos. Su pelo rubio y dorado estaba recogido en una elegante trenza que caía por la espalda, atada con un pequeño lazo violeta, dejando un pequeño mechón suelto. Llevaba un sombrero de un color algo más claro, con unas flores blancas y unas bonitas gafas de sol. Como atuendo, un vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas y le quedaba algo holgado debido a su delgadez, pero a la vez elegante, ya que su cuerpo estaba bien proporcionado. Iba descalza y sus delicados pies casi no tenían arena, a pesar de haber dejado el rastro de múltiples pisadas por la orilla.
            Él, por el contrario, tenía un aire desgarbado pero atractivo. Su piel no era ni muy morena ni muy pálida, y sus facciones eran armoniosas. Se cortaba el pelo muy frecuentemente, cosa que se notaba por su irregularidad. Era de un tono castaño, y sus ojos eran de un color parecido. Físicamente tenía un aspecto fornido y era de hombros anchos. Vestía con una camiseta celeste y unos pantalones cortos. Llevaba las sandalias en una mano, y en la otra sujetaba  la mano de su amada.
            Repentinamente, él soltó las sandalias y la tendió en sus brazos para que ambos sellaran sus labios. Aquello les resultó eterno, apasionado y sensacional. No solo el beso fue un detalle importante, también el paisaje. Estaba amaneciendo y el paisaje les pertenecía en aquel solitario paraíso perdido. Poco después se tumbaron en la arena a observar el amanecer. Ella se echó a su lado y él la rodeó con un brazo, tomando en una mano su pelo y mirándola a los ojos. Ella se sentía  relajara y más realizada que nunca. Una ola les enfrió la parte inferior de las piernas y  comenzaron a reír. Finalmente decidieron levantarse y desprenderse de la ropa (ella de su vestido y su sombrero  y él de su camiseta) para bañarse en aquella agua helada. 
            Disfrutaron mucho de  aquel momento inolvidable, y de todos los que, a partir de ese momento, constituyeron su apasionada relación.

 

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